“Mi nena no se queda en el colegio”

Autor: Gustavo Gauna (“Escuchar a los niños en tiempos de la hiperactividad”, 2013, Ed. Diseño)

 “La angustia nos lleva a la impresión de un abismo en donde se desintegran las percepciones. Allí  se siente que se alejan los otros, que se desarticulan los vínculos…”
Es  muy frecuente en estos tiempos observar que hay  niños que tienen problemas para ir al colegio o para quedarse en el mismo y presentan situaciones angustiantes  durante las horas de clase.   Generalmente todo esto comienza antes. Los niños van expresando sus dificultades con comentarios,  miedos, llantos previos,  a veces reacciones corporales como vómitos y/o dolores de cabeza, horas antes de que tengan que ir al jardín o a la escuela. Esto  a su vez, genera varias sensaciones en los padres o familia en torno a toda esta situación, lo que puede disparar un círculo que se retroalimenta.

Lo que hay que considerar es que las conductas sobre la socialización humana,  surgen y se desenvuelven en función de la calidad de los vínculos primarios, o sea, de aquellos primeros contactos  con personas con una relación privilegiada para el niño.

Lo que se quiere significar entonces es que si un niño presenta una dificultad en aceptar una situación social –como es la escolaridad- no hay que pensar únicamente que el problema esté en su contacto con las situaciones sociales. Las dificultades en las conductas sociales, muy frecuentemente son el resultado de vínculos que en sus primeras experiencias no han sido satisfactorios.  No es necesariamente que un padre o una  madre no hayan sido buenos en sus funciones como tales. Es  que hay una combinación entre lo que uno como padre ha expresado y lo que el niño ha percibido, que  puede haber tenido dificultades, tanto internas como externas, y el niño puede no haber registrado todo el cariño contenedor que se le pudo haber dado.

Cuando un niño presenta dificultades en situaciones sociales, siempre hay que empezar por revisar aquellas conductas más primarias, las que tienen que ver con los abrazos, las miradas, los tiempos dedicados, los cuentos relatados, los espacios cuidados y “calentitos” para el niño. Ya que si el niño presenta dificultades en el mundo social es porque algo de sus  primeros vínculos, aún no está constituido.

Precisamente, cuando un niño se siente abrumado por “toda esa gente y por ese espacio tan grande” desconocido y que le da miedo, es porque  sus registros internos  que deberían ofrecerle una seguridad en sí mismo, no se presentan con lo necesario. Son  como un registro  de sensaciones y recuerdos que en la niñez deberíamos tener a disposición, llenos  de  contactos privilegiados, constituidos de a dos o de a tres, y que son el reaseguro que tenemos para  salir “seguros” al mundo. Y esos contactos corporales, visuales, sonoros, deben ser entregados al niño,  tanto en aquello que abraza y contiene, como  en aquello que suelta y mira con confianza.

Es ineludible que estas conductas de los niños estén en algún punto relacionadas con ciertas dificultades de los adultos, tanto en la fluidez de nuestros contactos más primarios con ellos como con las inseguridades que se nos plantean a nosotros mismos ante el hecho de dejarlos en algún lugar.

Entonces, frente a los miedos de los niños tendríamos nosotros los adultos  que revisar aquellos espacios que  no hemos resuelto. Espacios que los niños suelen  percibir con rapidez y los confunde.