Las cualidades sonoras en la expresividad infantil

Autor: Mta. Gustavo Gauna

“El niño entonces, irá adquiriendo la  conciencia de que algo  se  determina a partir de lo que él  haga o diga y  comienza a surgir una incipiente conciencia de que existe  un tiempo importante antes  de  esto que voy a  decir.”

Ya sea porque se asuste, vea algo sorprendente, desborde  de emoción o se ponga triste, en algún momento las variantes de lo que los niños viven los lleva a quedarse en silencio. ¿Qué es lo que pasa dentro de ellos cuando se quedan quietos, sus ojos se abren y hacen silencio?

Cuando esto pasa y los niños se quedan quietos mirando en silencio, lo que manda es el cuerpo en toda su gama expresiva. La base sobre la cual se erige lo que los niños sienten en ese momento, es la vivencia de su tono muscular: esa energía que vibra y  circula por  nuestros cuerpos.

La vivencia del tono muscular en el cuerpo, los registros perceptivos  y los conocimientos intelectuales de los niños se entrelazan e interrelacionan  y  surgen de toda esta dinámica  formas de respuesta. Es imposible definir un patrón de las respuestas humanas en el campo expresivo  pero es indudable que hay una irrenunciable necesidad de respuesta expresiva ante todo aquello que sorprende, tanto a los niños como a los adultos.

Lo que  se está valorando es  la relación que  comienza a gestarse entre dos instancias muy sutiles en la vida infantil. La primera es cuando los niños adquieren la capacidad de sentirse impactados por aquello que ven, observan o escuchan. La segunda es cómo en ese detenimiento van delineándose  las futuras “capacidades de reconocimiento” de lo que les sucede con eso que observan.

Estos detenimientos -que son los tiempos de los silencios, las miradas y las aparentes quietudes corporales-  son la base  y fundamento de “los modos” que ese ser humano posee para la salud. Son los momentos para transformar lo observado y sentido, en algo pensante para uno mismo. Entonces,  la acción expresiva que surja inmediatamente después de estos silencios, será una síntesis fidedigna de las formas básicas de expresión y comunicación. Lo que  nos va sucediendo –y que comienza en la infancia- es que en este ida y vuelta de las expresiones sonoras y de los silencios, vamos aprendiendo a “escucharnos a nosotros mismos”. Es como un ejercicio natural, en donde espontáneamente vamos comenzando a reconocer nuestros modos de expresarnos y comunicarnos.

El valor de la expresividad infantil es que sobre ella se van construyendo  las capacidades para escucharse  a sí mismo, que el ser humano va a desarrollar en su vida  y que será fundamental en la construcción de la salud  de sus vínculos. Cuando el silencio se  hace presente y surgen  las dudas expresivas,  debemos estar los adultos  tan atentos  como expectantes a las resoluciones de esos hechos expresivos, ya que  de allí surgirá una manera que será propia del niño y  del futuro adulto, en su forma de expresarse.

Entendemos al silencio como  la posibilidad abierta a un abanico de posibilidades que  al transformarse ya en sonido y/o palabra, irá definiendo su rumbo y por lo tanto,  irá perdiendo algunas de sus alternativas. Cuando uno habla y decide, algo ha hecho propio  y algo ha dejado.

Como consecuencia  de todas estas interrelaciones entre emociones, percepciones, ideas, deseos que se ponen en juego en estos momentos, surge  un  sonido posterior al silencio. Se hace referencia aquí  a ese primer instante sonoro en donde todo lo que quedó danzando en el niño   se resuelve en esta sonorización, cargada de gestos, de  sonidos y de palabras.

Nuestra expresividad -que en el ser humano es espontánea en principio  en todas sus edades- está constituida por  innumerables  cualidades y sutilezas gestuales y sonoras. El surgimiento de timbres y texturas sonoras, de ritmos e intensidades, de giros melódicos, distinguen  nuestras particularidades expresivas. En base a  ellas, los otros nos reconocen  como nosotros mismos y son el  fundamento de nuestra  convivencia social.